Y les dijo: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis
fe?”.
MARCOS 4:40
Los discípulos de Jesús atravesaban el mar de Galilea por orden suya. El Maestro, cansado del trajín del día, dormía sobre un cabezal, en la popa del barco. De repente, sobrevino una tempestad y el barco comenzó a ser lanzado de un lado hacia el otro por el vendaval.
Los discípulos intentaron resolver el problema por sus propias fuerzas, pero el mar se hacía cada vez más bravo y el barco no obedecía ninguna orden. Mientras la embarcación se llenaba de agua, los discípulos se llenaban de miedo. Asaltados por el fantasma del miedo, no vieron otra alternativa que despertar a Jesús y gritar: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”. Jesús despertó, reprendió el viento, calmó el mar y preguntó a sus discípulos: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”. ¿Por qué ellos debían tener fe y no miedo? Primero, por causa de la palabra de Jesús: “Pasemos al otro lado”.
Segundo, por causa de la presencia de Jesús con ellos.
Tercero, por causa de la paz de Jesús, que, aunque la tempestad crecía, dormía serenamente. Cuarto, por causa del poder de Jesús, el creador de la tierra y del mar. En el camino de la vida, nosotros también somos
sorprendidos por tempestades. No siempre conseguimos administrar esas crisis. Pero si Jesús va con nosotros, no necesitamos tener miedo; ¡debemos tener fe!
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