"No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre."
(Mateo 15:11)
En este versículo, Jesús confronta la mentalidad de los fariseos, quienes estaban enfocados en las reglas externas y en la pureza ritual. Ellos criticaban a los discípulos por no lavarse las manos antes de comer, pero Jesús les mostró que la verdadera pureza no se trata de normas externas, sino de lo que hay en el corazón.
Las palabras y acciones de una persona reflejan lo que realmente hay dentro de su corazón. Cuando una persona habla con enojo, murmuración, mentira o insulto, está manifestando lo que ya estaba en su interior. Jesús nos enseña que el problema no es lo externo, sino el estado del corazón.
En Mateo 15:18-19, Jesús lo explica con más detalle:
"Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias."
Esto significa que nuestras palabras son un reflejo de nuestro interior. Si nuestro corazón está lleno de amor, fe y verdad, nuestras palabras serán edificantes y puras. Pero si nuestro corazón está lleno de amargura, orgullo y enojo, nuestras palabras serán destructivas.
Aplicación práctica:
Examina lo que dices a diario. ¿Tus palabras edifican o destruyen?
Llena tu corazón con la Palabra de Dios para que lo que salga de tu boca sea bueno.
Antes de hablar, pregúntate: ¿Esto glorifica a Dios? ¿Edifica a los demás?
Ejemplo personal:
Imagina que alguien te trata mal en el trabajo o en tu casa. Tu primera reacción puede ser responder con enojo, pero si tu corazón está lleno de Dios, podrás responder con gracia y dominio propio.
Reflexión:
Lo que sale de nuestra boca refleja lo que hay en nuestro corazón. Jesús nos enseña que no es lo externo lo que nos contamina, sino nuestras palabras y actitudes. Si nuestro corazón está lleno de Dios, hablaremos con amor y verdad. Pero si hay enojo, amargura o mentira, nuestras palabras lo revelarán. Hoy, pidamos a Dios que transforme nuestro corazón para que nuestras palabras sean de bendición y no de contaminación.
Conclusión:
La verdadera pureza no está en lo que comemos o en las apariencias externas, sino en lo que llevamos dentro. Si queremos honrar a Dios, debemos cuidar lo que decimos, porque nuestras palabras revelan el estado de nuestro corazón.
"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida." (Proverbios 4:23)
Preguntas de reflexión
1. ¿Cómo han sido mis palabras últimamente? ¿Han edificado o han lastimado a otros?
2. ¿Qué dicen mis palabras sobre el estado de mi corazón?
3. ¿Cómo puedo llenar mi corazón con lo bueno para que lo que salga de mi boca sea de bendición?
4. ¿Estoy más enfocado en lo externo (apariencia, rituales, normas) que en la transformación interna?
5. ¿Qué pasos prácticos puedo tomar para cuidar mis palabras y hablar con sabiduría?

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