Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.
ÉXODO 25:8
Moisés recibió una orden de Dios para construir un santuario porque había decidido venir a morar con su pueblo. Ese tabernáculo debía ser hecho de madera de acacia, una madera dura, retorcida y llena de nudos, símbolo de nuestra naturaleza pecaminosa.
Moisés debía cerrar tablas iguales, unir unas a las otras por medio de engastes y colocarlas de pie sobre una base de plata. Después, debía revestirlas de oro puro, símbolo de la gloria de Dios. Quien mirara el tabernáculo no vería acacia, sino oro. Eso es un símbolo de lo que Dios hizo por nosotros cuando nos cubrió con la justicia de Cristo. Dios no nos ve según nuestros pecados; más bien, nos ve revestidos con la perfecta justicia de su Hijo. La acacia de nuestro pecado fue cubierta por el oro de la justicia de Cristo.
Si el santuario es símbolo de la iglesia, el arca de la alianza que estaba dentro del santuario es símbolo de Cristo. Somos la morada de Dios. Cristo habita en nosotros.
Somos el santuario del Espíritu Santo. Ni siquiera los cielos, en su
grandeza, pueden contener a Dios, pero Él resolvió descender y habitar
entre nosotros y en nosotros. ¡Qué verdad gloriosa! ¡Qué noticia propicia!
¡Qué privilegio bendito!